sábado, 20 de diciembre de 2014

CUBA, LOS YANKEES Y YO


En diciembre de 2011 salí de vacaciones para Cuba. Unos días de playa, y tres días en la Habana.
Después de unos días en Varadero, llegamos a La Habana. Fuimos al hotel. Elegimos el Trip Habana libre, ex Hilton, el hotel que a poco de inaugurar por los Yankees, fue tomado como cuartel de la Revolución. Quería estar cerca de la historia, en esa manía de antropóloga barata que tengo.
Lo primero que hicimos fue abrir la ventana y respirar La Habana. Fue una emoción desde acá adentro, como de asomarme a un lugar que conocía, como de llegar a alguna parte.
Y salir rápidamente a respirar el aire de sus calles, del Malecón, de la Plaza.
Me dolió La Habana, digo ya, adelantándome.
Me dolió la pareja que nos engañó y nos arrastró por calles, rápido, tratando de estafarnos, cosa que casi logran (bienvenidos a la Habana), me dolió la gente pidiendo en las calles, me dolieron las evasivas ante la más inocente de las preguntas, y ese mirar para todos lados, ese sentirse observados; me dolió el Malecón ese 10 de diciembre y la gente intentando juntarse, y nosotros en el medio tratando de entender, y las expresiones fantasiosas de muchos de que se iban a tirar al agua y nadar hasta los barcos que desde el otro lado tiraban fuegos artificiales. Y la cana de civil metida en el medio, y otra vez las evasivas ante nuestras preguntas, que no señor, que estamos paseando como hacemos siempre los cubanos. Y la tormenta que nos llevó a todos debajo de unos balcones que temía que se nos cayeran encima de lo viejo. Me dolió la suciedad y el olor pringoso de las casas y los barrios, y los charcos. Y cuando nos cambiaban moneda de ellos por esa moneda que es invento para turistas y otra vez nos estafaban. Y cuando la empleada del aeropuerto trató de negociar otra vez y tal vez volver a engañarnos.
Y me dolió porque, en medio de tanto europeo, a nosotros nos hablaban directamente en español; nosotros nos damos cuenta de que son de los nuestros, decían. Por cómo se ríen. Entonces, sí. Confirmado. Éramos lo mismo. Y por eso me dolía.
Y claro. Volver  a Buenos Aires y tratar de explicarlo, conmovida, dolida, emocionada. Y la incompresión. Que andate a los Estados Unidos, me decían.  A mi. Que odio a los Yankees y a su amerdican uei of laif desde siempre, desde que vos comías en el Pamper y tu tía y la mía soñaban con ser como ellos, y yo arrancaba la bandera yankee de los pantalones iufo y les ponía una bandera argentina. ¡Que vos fuiste con prejuicio! Puede ser. Había aprendido que la gente tenía salud, educación, todos tenían casa y había igualdad, y así fui, creyéndolo. Y me pregunté cómo se goza de salud en medio de la mugre, cómo se estudia sin lápices, cómo se vive en un lugar hacinado, cómo se piensa sin espacio. Pasé a ser vista como una militante de la derecha. Los neocomunistas argentinos, en sus casas y autos cómodos, me tildaron de fachista. A mi. Que creo que el dinero es una mierda, que en esos sueños infantiles que me pueblan, pienso que sería genial que cada uno sólo tomase lo que precisa y así todos en todo el mundo.
Y entonces me callé. Y me prometí volver a la Habana en 20 años. Y ver un país distinto. Me obligué a estar viva y sana de acá a 20 años. Y rogué. Mucho.
Y por qué hablo ahora. Porque a los putos yankees ahora se les ocurrió que “vamos a levantarles el bloqueo”. Y porque el Necio, el Innombrable Fidel, o vaya a saber quién, se ha puesto a negociar. Me pregunto qué habrán negociado. ¿Qué negociaron los Yankees con los Castro, en el Vaticano? Difícil que de ahí salga algo bueno. Ojalá que me equivoque.
Me pregunto qué va a pasar con los sueños de un verdadero socialismo. Me pregunto cómo es que no supieron, no pudieron, o no quisieron salir de los límites del bloqueo económico, y hoy parecieran entrar en una nueva etapa de huesmetrasero yankee. Que ya no nos van a invadir. Que ya no seremos colonia. Que Latinoamérica ha cambiado. Claro. Hoy los colonialismos se ejercen de modo diferente.
Me sigue doliendo Cuba. Porque soy una de ellos. Me reconocen por mi risa.
Faltan sólo 16. Digo. Años para volver a la Habana.
Ustedes me están mirando. Pero yo también. Estoy atenta.




miércoles, 27 de agosto de 2014

La bailarina. Una crítica teatral.
Una vez, cuando tenía 11 años, hice una bailarina. Era mi regalo de cumpleaños para mi mamá.
Era una bailarina de cerámica, con piernas muy largas y un tutú de gasa. Yo adoraba  las bailarinas.  Y no las artes plásticas.
Cuando llegó el día del cumpleaños, mi papá sacó unos regalos que había comprado y tenía escondidos en un placard, y yo le dije: ¡yo tengo esto para regalarle a mamá! Y saqué la bailarina.
La miró detenidamente, la dio vuelta y me dijo: qué lástima que no me dijiste, te la hubiera arreglado; la cara está muy fea.
Me dio mucha vergüenza, pero yo no quería que tocara mi muñeca. Iba a dejar de ser mi regalo.
Llego el momento, esperé que le dieran los regalos, y entonces  saqué mi bailarina, me puse a llorar y le dije a la vieja: este es mi regalo, pero es fea.
La miró emocionada, nos abrazamos, y seguimos llorando, abrazadas, largo rato.
La bailarina estuvo toda su vida en la cabecera de su cama.
El crítico de teatro hace lo mismo. Agarra el producto, lo da vuelta, lo examina, lo pone patas para arriba para ver si tiene calzones y dice: mmm…la cara está fea.

Le falta entender de regalos,  de abrazos, de vergüenzas, de emociones, de bailarinas de cerámica con piernas muy largas y tutú de gasa. 

domingo, 6 de abril de 2014

TEATRO. VERDAD Y MENTIRA

Lo que sigue lo escribí para mis actores, que estoy dirigendo en "AYER MURIO PERÓN" y me pareció bueno compartir.

En primer lugar quería hablar sobre qué es la verdad y la mentira en el teatro. No me importa como consideración teórica, sino como elemento práctico.

Todo lo que pasa arriba del escenario es mentira: nadie en la vida real hablaría como Pancho, por ejemplo. Lo cierto es que en la vida real la mayoría del tiempo hablamos y hacemos boludeces. Esto llevado al escenario sería un embole. El teatro es representación, y por lo tanto, es mentira.
Entonces: ¿dónde está la verdad? La verdad está en el “aquí y ahora” del personaje, en no ser Stella, Mauricio o Eduardo “haciendo de”, sino ser la Colo en Cafayate, ser el tano, preguntándose sobre el ser o no ser, ser Pancho encontrándose con esa Colo que viene desde el fondo de su memoria. La verdad es que lo que esté en el escenario “sea”, no “parezca”.
Esto es algo que se puede lograr en primer lugar, sabiendo al dedillo la letra. Esto libera. 
En segundo lugar, registrando el entorno (¿dónde estoy? ¿Cómo es el lugar? ¿A qué huele?, etc.), y registrando al compañero (un diálogo es eso, un diálogo: escucharlo cada vez como si fuera la primera vez). Si no registramos al otro personaje, lo que se ve son dos personas diciendo su texto en orden.
Registren los momentos en que logren este “aquí y ahora” y guárdenlos.

Lo segundo es “la sutileza”. Nos han hecho creer que en el teatro todo se tiene que “ver”. Me han dicho que la sutileza es para el cine (sic). Sin embargo, son los pequeños gestos, los pequeños cambios lo que conmueven al espectador.  Lo que se “ve” no son nuestras acciones exteriores, sino nuestras acciones interiores. Entonces el público no sólo “ve”, no sólo “entiende”, sino que siente, se conmueve, aunque no sepa muy bien por qué.

En tercer lugar, y de índole absolutamente práctica, es registrar al compañero, estar atento. En escena y fuera de ella, incluso en los ensayos.
El actor es absolutamente egocéntrico: me ocupo de mi texto, de mi personaje, de mis elementos, de mi vestuario. Hay que estar atento. Ver qué necesita el otro, en lo anímico y en lo práctico. Pasar del “mi”, al “nuestro”.


Y por último reiterar que todo se trabaja fuera del ensayo: en casa, en el bondi o donde sea. El ensayo está para poner en cuerpo lo que se trabajó afuera. No hay ninguna inspiración divina que aparezca en el ensayo si antes no se trabajó.